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miércoles, 28 de julio de 2010

EL PUERTO DE MIS RECUERDOS

Talcahuano*, el puerto de mi niñez, sufre este invierno más que lo habitual. Los cientos de damnificados que viven en mediaguas aprietan los dientes bajo la lluvia, el frío y el viento.
En mis recuerdos el puerto era hermoso. Bajo la dictadura fue destruido por la desidia de las autoridades y la codicia de los reyes de la harina de pescado, el grupo Angelini, entre otros. Durante años se negaron a implementar la tecnología de punta en su elaboración, para así obtener más ganancias, a costa de la salud y el bienestar de los porteños.
En invierno, cientos de niños caminábamos bajo la lluvia y el viento con unas capas café, todas iguales, y provistos de botas negras de goma, chapoteando felices en las pozas de agua.
Recuerdo el rafting que hacían los botes de papel por el río de agua que veloz corría por las cunetas en pendiente.
Estudie en una escuela pública y tuve a profesores inolvidables, como un viejo belga, que violín en ristre me hizo distinguir para siempre a Bach de Mozart y a los dos de Mendelsohn. Me enseñó también la belleza abstracta de las matemáticas.
Estuve en el Liceo Fiscal de Talcahuano, ahora con otro nombre y partido por el terremoto. Allí pasé años mirando por la ventana el mar y el cielo, mientras a lo lejos sonaba monocorde la voz de un maestro malo, que nos leía el libro de historia de Francisco Frías Valenzuela.
Otros, en cambio, como Judith Romo y Estanislao Montoya me inculcaron democracia y civilidad. Recuerdo la ironía fina de Wenceslao Barrera, el “pelao” Barrera, como le decíamos, con la irreverencia de los que veíamos la calvicie como un mal demasiado lejano.
A la salida de clases recorría la playa entre la plazoleta María Isabel y el Morro. En la playa hice mis primeras experiencias científicas, extrayendo la pluma y la tinta de las jibias que se varaban para luego escribir en los cuadernos del colegio.
La prueba de valor era bordear el Morro por su parte más peligrosa. Agarrado de manos pies y dientes, había que avanzar escalando, mientras treinta metros más abajo la espuma del mar y las rocas miraban impávidas nuestras arriesgadas maniobras infantiles.
Llovía mucho en Talcahuano en esos tiempos, pero luego, como de milagro, aparecía el sol y unas nubes gordas, blancas y caprichosas, que iban rápidas por sus caminos en el cielo. De espalda, sobre una roca húmeda, trataba de encontrar figuras y caras en ellas. Así como en la película Amélie, pero donde la pantalla era el cielo entero.

28 de julio de 2010

* Importante puerto pesquero de Chile

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