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viernes, 14 de mayo de 2010

UN RECUERDO DOLOROSO

Hay crímenes que por su magnitud y crueldad sin límites son difíciles de entender. Hasta el grado que tememos no ser creídos al relatarlos. Es la sensación que he tenido, cuando a algunos amigos les hablé de la Masacre del Sumpul.

Hace 30 años, el 14 de mayo de 1980, en el caserío Las Aradas, en la frontera de El Salvador y Honduras se produjo una de esas realidades escalofriantes: más de 600 campesinas y campesinos indefensos fueron asesinados, en pocas horas, por los soldados del ejército, miembros de ORDEN y de la Guardia Nacional.

Este año, de nuevo, los sobrevivientes recordaran el hecho, con un sacrificio enorme. El lugar de la masacre en las orillas del río Sumpul sigue siendo de difícil acceso. Sólo se llega caminando por veredas, cuestas y bajadas muy empinadas. Caseríos que fueron destruidos en aquel tiempo en esa zona limítrofe, están abandonados. Nadie ha vuelto a vivir en tan macabro lugar, que sin embargo, es un paisaje de extraordinaria belleza.

Es una caminata que agota las fuerzas. Hay que subir durante horas cuesta arriba, bajo el sol del mediodía. La hice, hace 30 años, pocos días después de la masacre. Fui guiado por un niño de doce o trece años, gran parte de noche, dando sinuosos rodeos para evitar a los militares, que impidiendo el acceso a la zona querían ocultar el horrendo crimen.

Cada año, mientras caminan, los sobrevivientes cuenta lo que vivieron. Miran las quebradas, donde ese 14 de mayo se escondieron. Los lugares por donde corrían mientras los soldados les pisaban los talones. Los recuerdos de ese horror siguen presentes en sus cabezas y en sus corazones.

Con mis pensamientos hoy les acompaño. A todos esos viejos y viejas que lograron salvarse de la muerte. A esos hombres, que hace treinta años eran niños, y no entendían lo que ocurrían. No entendían que su padre o su madre, los obligaran a correr y correr, sin cesar a lo largo del río, con los soldados persiguiéndolos. Tratando de cruzarlo y entrar a Honduras, donde también otros soldados los estaban esperando para devolverlos a la muerte.

Muchas noches, por muchos años desperté sobresaltado recordando a los muertos del Sumpul.

Estas líneas son un homenaje a ellos, a muertos y sobrevivientes. A esa campesina, que sólo salvó a su hijo menor y me dijo:

“Yo estuve mucho rato en el chorro del río, junto a mi niño. Me pedía que lo sacara, pero sabía que si salía lo iban a matar. Como a las 10 me balearon en la mano y en la pierna y caí herida en la orilla del río. Entre dos peñas quede botada. Y cuando los soldados pasaban cerca, yo me hacía la muerta, rogando para que mi cipote* no fuera a llorar y me lo mataran también…”
Un homenaje a quienes hoy caminan por esos parajes de muerte. Sin querer olvidar y esperando siempre que se les haga justicia.

14 de mayo de 2010


*Niñito en El Salvador.

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